Gritos y susurros en el jardín
Gritos y susurros en el jardín
Por Dolores Curia
En el jardín del Museo Larreta, una serie de esculturas imponen una relación mágica entre el paisaje y los visitantes. Los trabajos de Marina Papadopoulos se retuercen, se funden y se camuflan entre la maleza para alertar sobre las tramas y las trampas de poder.
La escultora Marina Papadopoulos nació en Ismailía, una ciudad de muy pocos habitantes en la orillas del Canal de Suez, en Egipto, en la época de la colonia inglesa y protectorado francés. “Los primeros recuerdos que tengo, ya que viví allí ocho años, son de una vida esquizofrénica: tratábamos muy poco con los egipcios, salvo casos excepcionales; era la vida en un ghetto, cada comunidad sostenía sus costumbres, su religión y sus colegios”, observa la artista sobre sus primeros años y continúa: “Cuando pienso que con mis ocho años ya había vivido dos revoluciones sangrientas y una partida traumática, juntando como se podía lo que nos podíamos llevar, los recuerdos se vuelven imágenes más pregnantes. Finalmente, después de largos trámites y angustias de mis padres, nos marchamos, pero con un permiso de viaje sin retorno y, lo que es peor aún, sin nacionalidad”. Por eso es que, después de tanto errar y agotada de la vida seminómada, la escultora adoptó estas tierras como propias, echó raíces, y comenzó su crecimiento en suelo argentino: “Vinimos a Argentina en 1958, después de la nacionalización del Canal de Suez. He sido apátrida la mayor parte de mi vida, hoy soy argentina por opción y agradecida”.
Hoy, luego de haber sido semifinalista en el Concurso Parque de la Memoria y de su trabajo en el dispositivo de Arte Terapia en el Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José T. Borda, exhibe su obra en el Museo Enrique Larreta, una instalación que lleva por nombre La trama y el espiral.
Explorando los recovecos del jardín del museo –un pulmón vegetal en plena jungla de cemento– es frecuente cruzarse con visitantes que, aislados, disfrutan de mundos privados. Dibujan, leen, meditan perdidos en la espesura del follaje. La estructura laberíntica del predio permite dejarse ir. Las piezas de La trama y el espiral van abriéndose paso a través la maleza. Se retuercen, entrelazan y ramifican. Se funden y camuflan con la vegetación que incluye desde palmeras de dimensiones colosales hasta árboles prehistóricos.
Cuando se le pregunta a la artista sobre los significados de su obra, ella responde: “Me preocupa terriblemente seguir aferrados a conceptos falaces, dogmas, mentiras, pero la trama siniestra del poder nos envuelve, nos enceguece. Cambian los paradigmas, los rostros, las circunstancias pero el discurso se regenera, se resemantiza”.
Las relaciones entre la obra y el espacio que la alberga afloran constantemente y cobran vital importancia: “Me interesa marcar el significado del territorio, en este caso, entre el museo y la calle; hablo de borde pues es un patio que se conecta con la calle y está poblado de cañas. Allí decidí colocar las nueve piezas que conforman esta instalación. Me interesó jugar con la ductilidad de las cañas y usar el aluminio para la obra”.
La obra de Marina se enmarca en Esculturas en el jardín XVIII, un conjunto de instalaciones de diferentes autorías que pueden encontrarse diseminadas por el espacio verde: “La arquitectura del Museo y su jardín, la profusión de plantas y su trazado, proponen desafíos que a mi parecer, cada artista puede resolver siempre y cuando entre en diálogo y aproveche los beneficios y dificultades que plantea el mismo –señala la artista–. Para mí ha sido siempre un desafío y me ha posibilitado trabajar con un espacio y a una escala poco frecuentes en Buenos Aires”. Cada una de las obras plantea un recorrido interactivo para el espectador, invita al paseante a perderse en el laberinto agreste y a fundirse con el ramaje, sus perfumes y sus tiempos. Los sentidos, agradecidos. ¤